El fin de semana pasado acontecieron dos sucesos de un contraste poderosísimo. Por un lado, a última hora del sábado, dos vecinos mataron a golpes a un joven que dormía en la calle. El chico asesinado, dijo su familia, era adicto y a veces robaba para comprar dosis de muerte. Así, vincularon el linchamiento con una venganza por un delito, pero -por supuesto- consideraron que nada justificaba que lo ultimaran tal y como hoy, ni siquiera, se liquida a un perro.
El segundo hecho ocurrió el domingo. La Policía, en un amplio operativo, desbarató una riña de gallos. Detuvieron a algunos parroquianos y les secuestraron las motos. Fue, en los hechos, el resultado del allanamiento en un gallinero.
La distancia entre lo que la sociedad padece y las fuerzas de seguridad del Estado acometen parecerían propias de una obra de realismo mágico, esa corriente literaria que buscó profundizar la realidad a partir de elementos fantásticos, acaso por aquella señera advertencia de Hamlet a su amigo Horacio: hay más cosas en el cielo y la tierra que las que la propia filosfía puede sospechar. Justamente, da la impresión de que, mientras la justicia por mano propia se ha convertido en ley supletoria en las calles anegadas de inseguridad, el Estado reivindica que las aves de corral son sagradas en esta provincia: contra los que maltraten gallos recaerá todo el peso de la ley. Y las cárceles, por supuesto, serán colmadas de ladrones de gallinas…
¿Por qué tiene margen para errar tanto el oficialismo en la administración del Estado? La primera respuesta, casi a flor de labios, consiste en el reduccionismo: “porque no hay oposición”. Pero la hay. Hay muchos dirigentes, con cargos públicos o sin ellos, que ejerzan cabalmente esa función. Se oponen en los recintos de los concejos deliberantes o de la Legislatura a los proyectos que consideran dudosos en sus metas o en sus medios. O acuden a la Justicia para frenar leyes o decretos que consideran violatorios de derechos, de deberes o de límites institucionales. En todo caso, lo que no hay desde 2015 para aquí es una alternativa de poder. Y pocas cosas son tan tranquilizantes (a la que vez que promueven tanto relajamiento) para un Gobierno, cualquiera sea, como semejante circunstancia.
Antecedente y dilema
El déficit opositor para configurar una alternativa de poder no es un hecho fortuito ni gratuito. Hace un lustro, Juan Manzur y Osvaldo Jaldo les ganaron a todos juntos. Claro está, esos comicios configuraron uno de los hechos históricos más lamentables de la historia provincial. Las maniobras fraudulentas perpetradas llevaron a que la Cámara en lo Contencioso Administrativo declarase nulos los comicios y mandase a votar otra vez, fallo que fue revertido por la Corte provincial; sentencia que a su vez fue confirmada por el alto tribunal nacional.
Radicales, peronistas no alperovichistas, socialistas en todas sus vertientes y hasta expresiones de izquierda como Libres del Sur confluyeron en el Acuerdo del Bicentenario, que aún así quedó muy lejos del Gobierno: 100.000 votos atrás. Fuerza Republicana no se sumó a esa colación y no la sacó barata: sentó, apenas, un legislador y dos concejales en la capital.
El gobernador y el vicegobernador, en 2019, se tomaron revancha de haber llegado al poder con una cuestionada legitimidad de origen. Ese año, cuando fueron reelectos, les ganaron a todos otra vez en elecciones sin escándalos. Con FR recompuesta y capitalizando muchos votos desencantados con el macirsmo; con Juntos por el Cambio que ya no combinaba radicales y peronistas en la fórmula; y con el alperovichismo es desbandada. Fue paliza.
Ahora, cuando 2021 es todavía una promesa, la oposición tucumana vuelve a ocupar el centro de la escena política provincial. La cuestión a elucidar es sutil, pero trascendental: ¿están detrás del armado de una alternativa de poder o sólo están jugando a las internas?
Cumbres y urticarias
El sector radical de los intendentes del oeste se declara en favor de la primera opción y para eso aseveran que sólo se puede avanzar en conjunto con Fuerza Republicana. Mariano Campero (Yerba Buena) lanzó junto con Ricardo Bussi la convocatoria a la “unidad”. Y el concepcionense Roberto Sánchez fue el primero, en 2020, en tomarse una foto con el titular de FR. Claro que, a la hora de las marquesinas electorales, sólo hay una cabecera en la lista de senadores y otra en la de diputados. No hay margen para un té para tres. Mucho menos para cuatro, si se tiene en cuenta que Alfonso Prat-Gay se ofrece como “prenda de unidad”.
Las versiones que suben a los Valles y bajan de Tafí, con diferentes libretos, terminan hablando de que, entre Campero, Sánchez y Bussi, dos “se suben” a las listas y uno “se preserva” para 2023. Según a quién se le preste el oído, esos tres nombres sólo varían de posición, pero en el declive de enero son los que siempre están presentes. El denominador común es la confianza depositada en que son “la novedad” opositora del último lustro.
El sector radical de los diputados y los senadores, en cambio, baraja otro escenario. Hasta ahora, Lidia Ascárate monopoliza la claridad: ha dicho que acordar con Bussi da “urticaria”. Silvia Elías de Pérez se mantiene en silencio. Y José Cano habló pero sólo para dejar en claro que son los parlamentarios nacionales, y no los intendentes, los que tienen la combinación de la caja fuerte donde se guardan los sellos más importantes: el de Juntos por el Cambio, en el orden nacional, y el de la Unión Cívica Radical, en la provincia. El distrito Tucumán sigue intervenido, a cargo del concejal José “Lucho” Argañaraz -dirigente afín a Cano-, quien ya no sabe en qué idioma repetir que el radicalismo no acordará con Fuerza Republicana.
Ahora que 10 gobernadores han vuelto a pedirle al presidente Alberto Fernández que suspenda las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), esos dos sellos ya no son de goma, sino de oro. Campero, Sánchez y Prat Gay reivindican la PASO como la instancia donde la oposición “unida” debe dirimir cuál será finalmente la lista de candidatos. Si se celebran, se conforman los frentes y no hay mucho margen para vetar precandidatos: se anotan y son las urnas las que dirán quién es quién y en qué término de la nómina.
Pero si no hay primarias (lo que piden, por igual, desde “albertistas” como Juan Manzur hasta radicales como Gerardo Morales), las juntas de gobierno y convenciones provinciales de cada fuerza son las que terminarán “cortando el queso” (como dicen en Aguilares). Dirán qué partidos integrarán la coalición en el distrito y si admiten o no “extrapartidarios”.
No es difícil colegir que sí en los entornos de los intendentes radicales del oeste hablan de “jubilar” a los parlamentarios nacionales de la UCR, estos no van darse un tiro político en los pies abriéndole la puerta al bussismo, que llega de la mano de los jefes municipales. Para el caso, Cano dijo que Juntos por el Cambio debe discutir en su mesa provincial la incorporación de nuevas fuerzas. Y en la UCR, “lo vamos a discutir” es el equivalente en el PJ a “preséntame una notita” o, en la administración pública, a “vuelva el lunes”.
Silencios e interrogantes
A esa mesa provincial, por cierto, se sienta el alfarismo. Justamente, como se ha avisado aquí, el año pasado hubo un intento por relanzarla sin el Partido por la Justicia Social, pero desde el macrismo nacional frenaron la intentona. A diferencia de FR, donde algunos de sus referentes más conspicuos han plantado bandera en favor de la “unidad” opositora (la legisladora Nadima Pecci ha dicho que no hay trabas ideológicas sino egoísmos personales frenando una alianza entre su partido, la UCR y el PRO), el PJS se ha mantenido en silencio.
Alfaro dijo en 2020 que su límite es el bussismo y no ha cambiado de idea. Se puede conjeturar que calla -como decenas de otros referentes opositores- porque, en rigor, los radicales hablan de “la oposición”, pero los opositores que no son radicales asumen que sólo están viendo una interna de la UCR. Precisamente, el distrito Tucumán está intervenido porque la anterior conducción no pudo (ni quio) celebrar los comicios de renovación de autoridades en las que el ex legislador Ariel García (hoy delegado regional del Enargas) tenía severas posibilidades de ganar. Y su promesa era que, si se hacía de la conducción del centenario partido, este distrito (como pasó en otras provincias) dejaría de formar parte de un acuerdo con el macrismo.
Mientras el alfarismo conversa con dirigentes del radicalismo, del PRO y del peronismo no oficialista lejos de los flashes (“los radicales sólo saben política con fotos”, es una certeza que en la Municipalidad de la capital se escucha desde los tiempos del amayismo), la presunción queda en el aire. ¿Se está discutiendo la estructuración de una opción opositora o el radicalismo intervenido está coparticipando la interna que no puede celebrar hacia adentro?
Para no endilgarle la tarea a los relojes y caer en el escapismo de “el tiempo dirá”, hay al menos una aproximación posible. En el arco opositor, ¿están apostando a encontrar los elementos políticos que los unen; o los diferentes sectores están pulseando, unos contra otros, con aquello que los fortalece individualmente, a la vez que los separa colectivamente?
Incendios y certezas
El oficialismo provincial, mientras tanto, ha emprendido el camino de una tregua. Parece que cuando promediaba diciembre, algunas encuestas (guardadas como secretos de Estado) no les habrían dado, ni a al gobernador ni al vice, las mejores noticias de fin de año respecto de sus imágenes. Entonces, pactaron una desescalada que, aparentemente, sólo es posible en el corto plazo. La gobernación, en 2023, se encuentra en el centro de un monorriel y el gobernador y el vicegobernador son dos trenes que marchan hacia allí en sentido opuesto. Y el resultado electoral de octubre será todo un oráculo acerca de ese futuro inmediato.
Pero siempre hay tiempo para pelearse, así que la Casa de Gobierno y la Legislatura han resuelto aplazar la interna. La provincia, socialmente, quema. Las finanzas, arden (o eso declaran, porque hay quienes sostienen que los números terminaron “por encima de la línea”). Y la inseguridad está en llamas. Demasiados incendios como para ventilar rencillas. Mejor acomodar las cargas y avanzar tratando de que no se note tanto que la gente se mata en las calles mientras las fuerzas de seguridad son inflexibles en los gallineros. Menos mal, para el oficialismo, que el poder es eso que acontece mientras la oposición está ocupada en otras cosas.